Mi primera vez.
Me tiembla el pulso, cada minuto que pasa nos acerca más al momento esperado. Salgo de casa en mi mejor versión, una remera que los representa, un pantalón cómodo acorde a la fecha, las zapatillas más viejas, mi pelo húmedo de esa ducha breve que me di hace un rato y mi flequillo en su mejor estado. Voy caminando con mi banda a la parada del micro, con mi adrenalina aumentando con cada paso que doy. Canto, voy cantando esas canciones que me retuercen el estómago si me imagino llegar. No se mucho como mantener la calma porque es la primera vez que hago esto, pero supongo que en un par de horas voy a estar más tranquila.
Miro ese pedazo de cartón fino que me da el pase a mi paz, lo miro sin poder creer que no falta nada. Llega el micro, nos subimos cantando a los gritos como si todos los pasajeros nos conociéramos entre todos, pero solo somos un pequeño grupo de toda la hermandad, algunos conocidos, otros no, pero todos unidos por el mismo motivo, por el mismo ritual.
Apoyo mi cabeza en la ventanilla y observo que empezó a llover, pero no me desanima ni un poco. Cierro los ojos y escucho en silencio como canta el compañero de unos asientos más atrás, acompañado de su criolla, entonando esos versos que a más de uno nos ponía a temblar, y quizás, hasta terminábamos cantando a su par.
Oscureció. Después de eternas pero no muchas horas de viaje llegamos a la ansiada ciudad, a la que abriría sus puertas a esta banda de locos que deseaban solamente llegar a destino. Caminamos medios perdidos sin conocer esas calles pintadas de alegría, nosotros solamente seguimos la manada. Veo un kiosco unos metros más adelante, mejor le pregunto si vamos bien. Si, por suerte solo tenemos que hacer un par de cuadras derecho. Se empieza a escuchar ese fuerte murmullo de toda esa gente hablando, se ven luces a lo lejos, puestitos de choripan y paty, y algunos vendiendo buzos y remeras para poder hacer unos pesos más. Se abren las puertas y todos tienen en mano sus pedazos de cartón fino... ¿Tan poco falta? Que nervios, mi primera experiencia. Se me ponen los nervios de punta, ya quiero entrar y no llego a la puerta, ¡los segundos parecen días y yo no aguanto más!
Al fin estoy adentro, a metros del altar. Me armo un cohete que me haga volar por un rato, me dejo llevar por la melodía de fondo y... Se apagan las luces. ¿Qué pasa? Ya viene. Se acerca el anfitrión, se sube al altar y solo puedo gritar y aplaudir. Tres golpes de palillos y comenzó la misa. Durante dos horas y media saltando y cantando junto al dueño de la noche, el motivo por el cual nos reunimos hoy. No hay techo, por tal motivo que, a medida que las gotas de lluvia caen, el suelo de tierra se va convirtiendo en barro... Me la vi venir.
Golpe por acá, golpe por allá, codazo en el pecho y empujones de todos lados, pero no los siento, solo me siento feliz de estar acá y también un poco de sed... Siento que el sonido me penetra las venas, mi corazón late a 1000 km/h y no puedo dejar de saltar. Puedo declarar a éste, como uno de los mejores días de mi vida.
Termina la misa. Todos se dirigen a la estación de bus, así que otra vez seguimos la manada. Hace frío, se hizo tarde y no me di cuenta. Estoy toda mojada y siento todos mis huesos rotos, pero estoy muy contenta de haber tenido esta hermosa experiencia y doy por hecho que lo volvería a repetir mil veces más. Llegamos a la estación y nos sentamos a esperar el micro para volver a nuestra ciudad, nos dijeron que iba a tardar una o dos horas, pero mientras llegue está bien. Llegó. Nos subimos todos rápido, muertos de frío. Durante el viaje me dormí de lo adolorida que estaba.
Llegué a casa feliz y mi viejita me esperaba con un té para matar el frío de mi cuerpo, y con felicidad en las palabras, le conté todo lo que pasó con lujo de detalles. Se la notaba contenta a mamá y satisfecha por verme tan feliz me preguntó: "Entonces... ¿Cuándo es el próximo recital?".
Miro ese pedazo de cartón fino que me da el pase a mi paz, lo miro sin poder creer que no falta nada. Llega el micro, nos subimos cantando a los gritos como si todos los pasajeros nos conociéramos entre todos, pero solo somos un pequeño grupo de toda la hermandad, algunos conocidos, otros no, pero todos unidos por el mismo motivo, por el mismo ritual.
Apoyo mi cabeza en la ventanilla y observo que empezó a llover, pero no me desanima ni un poco. Cierro los ojos y escucho en silencio como canta el compañero de unos asientos más atrás, acompañado de su criolla, entonando esos versos que a más de uno nos ponía a temblar, y quizás, hasta terminábamos cantando a su par.
Oscureció. Después de eternas pero no muchas horas de viaje llegamos a la ansiada ciudad, a la que abriría sus puertas a esta banda de locos que deseaban solamente llegar a destino. Caminamos medios perdidos sin conocer esas calles pintadas de alegría, nosotros solamente seguimos la manada. Veo un kiosco unos metros más adelante, mejor le pregunto si vamos bien. Si, por suerte solo tenemos que hacer un par de cuadras derecho. Se empieza a escuchar ese fuerte murmullo de toda esa gente hablando, se ven luces a lo lejos, puestitos de choripan y paty, y algunos vendiendo buzos y remeras para poder hacer unos pesos más. Se abren las puertas y todos tienen en mano sus pedazos de cartón fino... ¿Tan poco falta? Que nervios, mi primera experiencia. Se me ponen los nervios de punta, ya quiero entrar y no llego a la puerta, ¡los segundos parecen días y yo no aguanto más!
Al fin estoy adentro, a metros del altar. Me armo un cohete que me haga volar por un rato, me dejo llevar por la melodía de fondo y... Se apagan las luces. ¿Qué pasa? Ya viene. Se acerca el anfitrión, se sube al altar y solo puedo gritar y aplaudir. Tres golpes de palillos y comenzó la misa. Durante dos horas y media saltando y cantando junto al dueño de la noche, el motivo por el cual nos reunimos hoy. No hay techo, por tal motivo que, a medida que las gotas de lluvia caen, el suelo de tierra se va convirtiendo en barro... Me la vi venir.
Golpe por acá, golpe por allá, codazo en el pecho y empujones de todos lados, pero no los siento, solo me siento feliz de estar acá y también un poco de sed... Siento que el sonido me penetra las venas, mi corazón late a 1000 km/h y no puedo dejar de saltar. Puedo declarar a éste, como uno de los mejores días de mi vida.
Termina la misa. Todos se dirigen a la estación de bus, así que otra vez seguimos la manada. Hace frío, se hizo tarde y no me di cuenta. Estoy toda mojada y siento todos mis huesos rotos, pero estoy muy contenta de haber tenido esta hermosa experiencia y doy por hecho que lo volvería a repetir mil veces más. Llegamos a la estación y nos sentamos a esperar el micro para volver a nuestra ciudad, nos dijeron que iba a tardar una o dos horas, pero mientras llegue está bien. Llegó. Nos subimos todos rápido, muertos de frío. Durante el viaje me dormí de lo adolorida que estaba.
Llegué a casa feliz y mi viejita me esperaba con un té para matar el frío de mi cuerpo, y con felicidad en las palabras, le conté todo lo que pasó con lujo de detalles. Se la notaba contenta a mamá y satisfecha por verme tan feliz me preguntó: "Entonces... ¿Cuándo es el próximo recital?".
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